martes, 6 de agosto de 2013

El relato de agosto. Relato aleatorio: "El día que le dije al rey que no iría al mar por él"

Nuevo relato aleatorio. He aquí las (grabadas en piedra) sacrosantas condiciones ofrecidas por el programa gobernante del azar, bajo los mandos de nuestro incansable amigo Ludkubo, el cual se empeña en traer algo de caos a nuestras excesivamente predecibles y rutinarias vidas:

- El protagonista acepta participar en un reality show
- Durante la historia se experimenta con un nuevo procedimiento médico.
- Un personaje es creador de juguetes
- Alguien triunfa de una forma embarazosa

También, como en otras ocasiones, recién salido del horno y sin correcciones. A pesar de todo, espero que os convezca.

P.D. Ya se advierte: el título no tiene que ver nada (o muy poco) con el relato. No se acepta reclamaciones.

Un saludo,

El día que le dije al rey que no iría al mar por él

                Pocos conocen este lugar mágico, con un tinte casi sagrado, que posee tan sólo unos pocos metros cuadrados en un primer piso de una de las calles más concurridas de la ciudad: se trata del sanatorio de juguetes.
                Allí, desde hace más de cincuenta años, un hombre, con afanosa dedicación, trata de llevar a cabo lo imposible: recomponer las ilusiones rotas, reparar la imaginación. Conseguir que, aunque sea  a base de trasplantes y de remiendos, un niño vuelva a obtener su juguete, a veces transformándolo en algo ligeramente distinto, casi nuevo. En ocasiones el niño ya ha crecido, o se ha buscado un muñeco mejor, y más grande, y más caro, y ya no lo quiera. Entonces se queda allí, en su estante, esperando que alguien venga a recuperarlo, a decir que lo estaba aguardando desde hace tiempo, incluso aunque no lo supiera, o tal vez, como dijo una vez una niña, a reclamarlo argumentando que “ese muñeco me necesita”. Sin embargo, de esos niños cada vez hay menos. Prefieren un videojuego, un carro de combate destructor o asaltar los casinos on-line con una tarjeta de crédito. Mientras tanto, el sanador de juguetes, el hombre que da vida a los sueños, se queda esperando; a un tiempo en que las cosas vayan mejor, a un mundo que seguramente no volverá, o simplemente, a un niño que quizás no exista…
                Hasta que un día, la realidad te obliga a decir “ya no más”.

                *                                             *                                    *

                -Esto es un documento de exclusión de responsabilidad corporativa, señor. Significa que si ocurre algo inesperado durante el programa o los preparativos del mismo, usted renuncia a la posibilidad de denunciar a la cadena. ¿Ha entendido lo que quiere decir?
                -Sí. Significa que ustedes creen que con firmar un papel y que sea legal ya pueden hacer lo que les dé la gana con la vida de la gente.
                -Señor, lo que quiere decir es…
                -Sí, claro. Por lo que te pagan a la hora no merece la pena pensar. Te basta con que no te exijan arrodillarte para conservar el puesto.
                En realidad el diálogo no tuvo lugar, salvo en su cabeza. El sanador de juguetes miró a la chica. Joven. No excesivamente ambiciosa. Pero ha aprendido desde que salió del nido que navega en un mar de tiburones. Que nadie da ni regala nada. Y actúa en consecuencia. Nunca ha sido Blancanieves. Su abuela soñaba con ser reina por un día. Su madre, con tener alguien al lado que la quisiera al mismo tiempo que ella misma desarrollaba su carrera profesional. Ella se acorta cada día un poquito más la falda, en espera de un ascenso.
                -Bien. Ahora, la normativa legal me exige que le lea algunas cláusulas: será usted sometido a vigilancia médica durante todo el período que dure el proceso. Durante ese tiempo, se estudiará si la implantación de falsos recuerdos puede haber afectado a otros aspectos de su organismo. En caso de notar algún tipo de malestar, deberá comunicarlo a la menor tardanza al control médico competente; de no ser así…
                -¿Tienes novio, pequeña?-dice el hombre mientras termina de firmar los papeles.
                La chica se queda sorprendida; pero el aspecto bonachón del hombre no da pie a pensar que se trate de un acosador de jovencitas. Responde en tono algo seco:
                -No tengo tiempo para esas cosas.
                El sanador de juguetes hizo un ejercicio mental que solía consistir en algo inverso a lo que solía contemplar en su oficio: se imaginó a la muchacha cuando era más joven, tierna, cuando era tan sólo una niña despreocupada y pizpireta.
                -¿Cuál es el último juguete con el que jugaste?
                La chica frunció los labios y enarcó una ceja. ¿A qué se refería el hombre?
                El hombre encogió los hombros, resignado. La mejor respuesta a algunas preguntas era la que nunca se llegaba a contestar.

                *                                             *                                             *

                Hay que hacerlo. No importa lo que caiga. Hay que llevarlo a cabo.
                El espectáculo debe continuar.
                -¡Millones de espectadores, en todos los continentes, de todos los países, contemplando el hecho!¡Una polémica acumulada que ha sacudido los cimientos de nuestra sociedad!¡Y ustedes van a tener la oportunidad de admirarlo, en directo, en nuestro canal!
                Porque da igual que el juez haya fallado qué o que la última resolución parlamentaria no haya llegado a tiempo. Si las cosas pueden hacerse, han de hacerse. “¿Pero, y el riesgo ético?”, les preguntan a los médicos. “A mí no me mire, yo soy un mandado”, hubieran respondido. Habría quien pudiera hablarle de la ética universal, o del juramento hipócratico. El médico al cargo hubiera respondido que, en estos tiempos, Hipócrates estaría trabajando para una multinacional. O se vería obligado a tomar partido entre el Madrid y el Barcelona. Hoy ya no hay defensores del hombre, hubiera proclamado el médico, mientras ajustaba su reloj de marca y se acordaba del cuadro de Albert Schweitzer que tenía colgado en su despacho: tan sólo existen empleados.
                -Contemplen ustedes a esos hombres y mujeres; ellos son personas de distintas profesiones y clases sociales, pero tienen algo en común: todos ellos tenían una pasión que les entusiasmaba, y que practicaban a pesar de todos los inconvenientes que podía producirles.
                La luz se iluminó  y apareció la efigie del sanador de juguetes.
                -Éste hombre fabricaba juguetes en su pequeño taller artesanal –se equivocó la voz en off. La luz se apagó y apareció otra persona iluminada.
                -Esta mujer es una fanática de salir al monte a caminar y a hacer ejercicio; no puede pasar un día sin ello…
                -Este chico es un ecologista nato. Ha dedicado su vida a defender causas legales de protección de la naturaleza…
                -Esta chica es arqueóloga. Nada la satisface más que desenterrar en busca del conocimiento oculto.
                -Este chico es guionista. Le encanta escribir historias llenas de ternura y delicadeza. Adora los clásicos. Es fan de Víctor Hugo y de los gatitos. No soporta las películas llenas de violencia, y considera que hay directores sobrevalorados por gente que valdría más para carnicera que para críticos de cine…
                -Esta chica adora su femineidad. Le gusta llevar pendientes, ponerse vestidos, la gustaría ser madre. Nada la satisface más que ser mujer…
                -Todos ellos tenían un sueño y vivían de acorde a él. Pero su sueño no estaba de acuerdo con lo que el resto del mundo les exigía. Por eso, le hemos implantado recuerdos falsos para que piensen que son otras personas. Otras personas que se dedican a otros oficios.
                Volvieron a enfocar al sanador de juguetes, esta vez vestido con el mandil típico de un gran centro comercial. Se encontraba con una muñeca muy cabezona y vestida con un gran escote en la mano, y se la ofrecía a una niña que pedía con insistencia a su madre que pagara el precio.
                -Ahora hacen las cosas contrarias a las que se dedicaban –enfocaban a la mujer a la que le gustaba salir a caminar al monte, con cara de acelga al encontrarse situada detrás de una mesa de despacho-. Ahora, se han situado fuera de sus sueños, al mismo nivel… -y aquí el presentador de noticias miró directamente a la cámara- que muchos de nosotros.
                El programa, efectivamente, lo veían millones. Físicos que acabaron siendo economistas. Empleados de McDonalds. Teleoperadores. Chicas que se pagan los estudios haciendo cosas que no podrían confesar a sus madres. Divorciadas, alcohólicos, currantes que creyeron que podrían hacer una fortuna en bolsa y acabaron arruinados. Gente perteneciente al 30% más rico que, cuando les preguntan si están en el 10% más rico, responden que sí, y opinan que estos últimos deberían pagar menos impuestos. Ancianos que compran cuatro yogures al día en los supermercados, y no les da para más, pero se alegran de no vivir en sitios como Cuba. “Ya no sueña aquel niño que soñó que escribía”, cantautores que ahora firman órdenes de bolsa que suben el precio del grano y matarán a millones de personas. “Pero a mí no me preguntes, yo tan sólo cumplía órdenes”. Chicas que lo abandonaron todo por “él”. Que pensaron que su chico dejaría la bebida y les invitaría a un paseo romántico. Dependientes que visten trajes de seda que nunca serán capaces de pagar, pero que creen que les distinguen del resto del mundo. Gente que aspiraba a salvar el planeta, y simplemente se conformó con que no les engullera. Que, incluso, pretendió coger –sin importarle quién comiera- su pedazo de pastel. Supervivientes. Y ahora les veían a ellos. Resignados a lo mismo que el resto del mundo.
                -Miren. Contémplenles a ello. Sus recuerdos les dice una cosa, pero el resto de su cabeza les indica que no deberían estar allí.
                La antigua antropóloga ahora repartía panfletos de un centro comercial en una gran calle, cercana a aquella donde se encontraba el antiguo santuario del sanador de juguetes. De repente, todos los panfletos se le caen y salen volando con el viento. “¡Vaya puta mierda de trabajo!”, grita la chica en voz alta. Mientras tanto, salen la chica que adora su femineidad vestida como un chico, mascando tabaco, de hecho. “Ella cree que es un hombre”, menciona la voz en off; de hecho, sólo le falta bajarse la bragueta para mear. El abogado de las causas ecologistas redacta ahora demandas para obtener un permiso que posibilite a su compañía talar un bosque. Su cara de “algo anda mal” acaba reflejándose en todo su ser, en su cuerpo crispado, tenso cada músculo de su cuerpo. El guionista, mientras tanto, aparece en el decorado de una película porno ("What´s up, pussycat", cree recordar que se titula la cinta), sudando tinta y tachando borrones sobre un papel. No parece feliz con lo que hace.
                -Contemplen a estos hombres observando a sus sueños morir poco a poco –enfocan de nuevo al sanador de juguetes, envolviendo la muñeca cabezona en un envase comercial-. Observen sus almas extinguirse, languidecerse… apagarse poco a poco, convertirse en algo mediocre… gris.
                La gente no quita a ojo: no son personas, son personajes. Están ahí para ejercer un papel, como todos en la vida. Ellos también tienen que hacerlo. También les toca. Como a todos. No van a ser ellos menos. El sanador de juguetes parece cansado, dormido. Como si quisiera que una inyección de morfina llegara y le librara de estar allí…
                -Pero el momento cumbre llega ahora. Es en estos momentos cuando…
                … cuando, efectivamente, algo pasa. La mujer que masca tabaco en un bar del centro comercial. Al principio todo el local se queda extrañado. Pero la impresión sobre uno de los que beben, al observar a su compañero derramar un galón de líquido a través de sus pantalones, es tal que su mano se afloja y la cerveza que toma se estampa con estrépito contra el suelo.
                -¿Qué demo…?-suelta el dueño del bar, pero su mujer es la que reacciona más rápidamente.
                -¡Traed compresas y un barreno de agua, rápido!
                El momento es doloroso, dramático y brutal; tanto que la gente del centro comercial se agrupa alrededor de las pantallas de televisores de los escaparates para contemplarlo. El sanador de juguetes vuelve la cabeza; por una vez, hay cosas ocurriendo a ese lado de cristal. Por primera vez en mucho tiempo, el sanador de juguetes siente su corazón volar…
                -¡Un último esfuerzo!¡Un último esfuerzo!
                -¡Aaaaahh!
                El niño sale llorando y pringado del todo, tan feo como todos los niños; y sin embargo, es de una hermosa humanidad…
                El guionista, que también escucha la tele, arroja sus lápices por encima de los dildos; la chica que adora la naturaleza tira la silla por la ventana y sale, como si fuera un dinosaurio caminando sobre un campo de hormigas, con abrupta decisión al mundo exterior. El abogado tarda un poco más, pero cuando se entere de las noticias, seguro que reaccionará.
                -¡No!¡Vuelvan ustedes a sus puestos!¡No pueden marcharse!¡No pueden hacerlo!
                El sanador de juguetes tira la muñeca cabezona a la basura. Sale caminando.
                -¡Te vas a enterar, maldito imbécil, por contratar a ese médico borracho!-se oye al retransmisor vociferando-. ¡No volverás a trabajar en esta puta ciudad!
                Pero a los participantes de este reality no les importa.
                Salen de este programa.
                Van a vivir su realidad.

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