lunes, 28 de agosto de 2017

La historia real de agosto: Houdini vs Argamasilla

El enfrentamiento está servido: el gran mago Harry Houdini, el ilusionista más conocido del mundo, contra Joaquín Argamasilla, un aristócrata español que presume de tener poderes sobrenaturales. El escenario está preparado: será en el Hotel Pennsylvania, de Nueva York, donde tendrá lugar la lucha que pondrá a prueba sus habilidades. Quizás a muchos os suene esta historia, ya que sirvió de base para un capítulo de la serie de televisión "El ministerio del tiempo". Sin embargo, desplegado el truco de magia, es hora de desmontar el escenario y contemplar de cerca las bambalinas. Toca revelar ahora qué parte es ficción y cuál es real.

A la izquierda, Harry Houdini. A la derecha, Joaquín Argamasilla. El duelo está servido.

Partamos del lado más conocido de los dos que hoy se dirimirán en liza. Qué podemos decir de Harry Houdini que no se haya mencionado ya: nacido en la actual Hungría, decidido desde muy joven a convertirse en mago, Houdini no sólo llevó al extremo los límites de los espectáculos que se desplegaban en los teatros con sus audaces trucos de escapismo, sino que alimentó la publicidad hasta tal punto (declaraciones públicas en los periódicos, películas promocionales, y hasta un falso enfrentamiento con su hermano que inspiró la película "The prestige", de Christopher Nolan) que se convirtió en una de las figuras públicas más renombradas de su tiempo. Sin embargo, a pesar de convertirse por definición en el embajador de la magia, Houdini se situó firmemente en contra de aquellos que defendían poseer poderes sobrenaturales. En aquella época (y más después de la Primera Guerra Mundial, donde casi todo el mundo tenía un familiar fallecido al que le hubiera encantado contactar como fantasma), multitud de nuevas ciencias se hallaban en eclosión, y no era raro para incluso reputados científicos afirmar que podría haber algo de cierto en la forma en que los espiritistas trataban de contactar con el más allá. Sin embargo, Houdini sufrió una gran decepción (este episodio también se narra en el correspondiente capítulo de "El Ministerio del Tiempo"), tras la muerte de su madre, cuando el escritor Arthur Conan Doyle le llevó a una sesión donde supuestamente iban a contactar con ella. Houdini quedó profundamente dolido y, a partir de entonces, además de romper su amistad con Doyle, se empeñó personalmente en desenmascarar a médiums y espiritistas, demostrando que sus poderes se basaban en clásicos trucos de prestidigitador, montajes fotográficos o elaborados fraudes. Hasta desarrolló una serie de contraseñas secretas para poder contactar con su madre u otros allegados, como forma de dilucidar si la comunicación con los muertos era posible. Lo cierto es que Houdini nunca llegó a hablar con su madre (cosa que le hubiera encantado, pues no pudo despedirse en la noche de su muerte), y la mujer de Houdini, diez años después del fallecimiento de éste, confirmó que no había encontrado evidencias de nadie que hablara a través de él, y que lo daba por imposible, ya que "diez años es suficiente para esperar a alguien". Por cierto, que a pesar de la decepción de la sesión de espiritismo, Sir Arthur Conan Doyle (creador de Sherlock Holmes y "El mundo perdido") siguió creyendo en fantasmas y otras criaturas sobrenaturales. Es conocido el episodio en el que apoyó la historia del avistamiento de hadas en Inglaterra (al final todo se basaba en un par de niñas con mucha imaginación, y un burdo montaje fotográfico), y estuvo en contacto con el mundo de lo paranormal hasta el final de sus días. Una serie de televisión, "Houdini y Doyle", utiliza el encuentro entre ambos para montar una trama en la que escritor y mago colaboran para resolver casos misteriosos, Doyle casi siempre apuntando a hipótesis sobrenaturales, y Houdini apostando por el punto de vista racional. La serie, dicho sea de paso, no pasará a la historia de la televisión, pero tiene algunos capítulos con propuestas bastante sugerentes en un contexto histórico de lo más sabroso, y para un rato de esparcimiento, está bastante bien.




Aquí, Harry Houdini en un momento delicado. Seguro que se encontraba en su salsa.

Y ahora vamos al otro extremo del cuadrilátero: Joaquín Argamasilla, hijo del marqués de Santacara, presumía de tener la cualidad de la metasomoscopia, es decir, que podía ver a través de los objetos opacos, a través se supone de unos misteriosos rayos. En sus exhibiciones en España (donde hizo adeptos a su causa a personalidades como Valle-Inclán), mostraba cómo, incluso con los ojos vendados, era capaz de adivinar lo que se leía en una carta dentro de un sobre cerrado o una caja metálica, o a adivinar la hora que ponía en relojes con la tapa puesta. El hombre se hizo tremendamente popular a nivel nacional y, de ahí, dar el salto a Nueva York, la ciudad que nunca duerme, para demostrar sus poderes, era sólo cuestión de tiempo. Sin embargo, allí, Argamasilla se encontró entre los espectadores a Harry Houdini, dispuesto a desenmascararle, y fue entonces cuando comenzó la pelea.

La crónica de lo que allí ocurrió es difícil de trazar dado que, ante la ausencia de cámaras de televisión en aquella época, todo depende de lo que digan los periódicos, y ahí la verdad -como siempre- depende de quien te la cuenta. Sin embargo, conforme uno bucea en una serie de blogs que han conseguido adentrarse en las fuentes primarias, una versión uniforme empieza a salir a la luz. Parece ser que Houdini fue implacable, apareciendo de manera sistemática en las demostraciones de Argamasilla, desmontando sus trucos, y retándole a ejecutarlos en determinadas condiciones en las cuales el aristócrata español no era capaz de defenderse. Por lo visto, Houdini observó que Argamasilla realizaba ciertos movimientos de cabeza que le permitirían ver a través de los vendajes, que conseguía mediante habilidosos gestos abrir imperceptiblemente las tapas de los relojes y, también, que sólo podía vislumbrar los objetos dentro de cajas cuando éstas eran unas especiales, fabricadas específicamente por él, lo cual llevó a Houdini a teorizar que esas cajas tenían unas rendijas ocultas y una serie de posiciones a través de las cuales un entrenado Argamasilla (capaz de disimular sus trucos tras estudiadas maniobras de despiste) era capaz de atisbar lo que había dentro de las mismas. Argamasilla, ante todas estas acusaciones, intentó salirse por la tangente, y por supuesto se negó a desplegar sus habilidades en cajas distintas a las que él portaba consigo. Para la prensa de Nueva York, el veredicto estaba claro: se trataba de un fraude.


Para la española, en cambio, la cosa fue distinta. Si creemos que los periódicos actuales en nuestro país son manipuladores y chovinistas, a principios del siglo XX la cosa era incluso peor. Además, había mucha gente que había apostado su reputación y su fama en las habilidades de Argamasilla (hijo, para más inri, de un respetado noble), y el desenmascaramiento no iba a ser fácil de admitir. Diarios de la época pintaron a un Argamasilla vencedor a pesar de la torticera oposición de Houdini. Incluso, llegaron a inventar disculpas de lo más peregrinas. Por ejemplo, el diario ABC publicó cómo Houdini había retado a Argamasilla a leer los mensajes de dos papeles, con una palabra escrita en cada uno, dentro de un sobre que Houdini había dispuesto de tal manera que los textos se superpusieran entre sí, haciendo más difícil la lectura al trasluz (truco que seguramente empleaba Argamasilla). Según ABC, el español no habría sido capaz de descifrar los textos, pero sí que había podido averiguar tres letras: un argumento que se desarma con facilidad, pues hay letras que se repiten con más frecuencia en el lenguaje, y no era complicado acertar que alguna de ellas aparecería en una de las palabras.


Lo cierto es que en España, conforme terminaron de llegar poco a poco las auténticas noticias procedentes de los periódicos de Nueva York, comenzó un largo e intrincado debate entre partidarios y detractores de Argamasilla. Valle-Inclán (amigo personal de su padre, y un gran creyente de que había en el mundo verdades indemostrables para la ciencia) le defendió a capa y espada, al igual que otros destacadas personalidades de la época, como Leonardo Torres-Quevedo (muy pegado siempre a círculos conservadores) o -según Argamasilla- "los médicos profesores del Instituto Oftálmico". En cambio, por ejemplo, un catedrático de Oftalmología de Madrid argumentaba que la demostración que le hicieron no superaba las mínimas garantías científicas. Un articulista esgrimió que Argamasilla -que había crecido en un entorno donde se esperaban grandes cosas de él, y donde lo paranormal se aceptaba como algo evidente-, no había exhibido sus poderes tanto con ánimo de engañar, como con una creencia sincera promovida por una cierta sugestión por parte de sus progenitores. Ese mismo articulista afirmaba que había conocido a "tapados", testigos de las exhibiciones de Argamasilla que se habían dado cuenta del engaño, pero que no se atrevían a entrometerse públicamente en la polémica. Entre estos tapados, se encontraría el doctor Negrín, quien más tarde sería, durante la Guerra Civil, presidente de la República. Lo cierto es que el propio Argamasilla (quien se defendió como gato panza arriba, publicando declaraciones en los periódicos en las que declaraba su inocencia y acusaba a Houdini de negocios deshonestos, mientras éste contrarreplicaba en la prensa americana con modelos de las cajas trucadas del aristócrata) declaró en algún momento, a su regreso de Estados Unidos, una repentina desaparición de sus poderes. No era ésta la primera vez que Argamasilla se sirvió de esta "conveniente" pérdida, como cuando una comisión, espoleada por la reina María Cristina y dirigida por Santiago Ramón y Cajal, pretendió examinar sus poderes, librándose Argamasilla de pasar este test para luego iniciar ya tranquilamente su famoso periplo por España y Estados Unidos. 


Más tarde, la polémica se dispersó y Argamasilla no volvió a aparecer en la vida pública de nuevo hasta años después, ya en la administración franquista, como director general de Cinematografía y Teatro durante tres años, estando entre otras cosas a cargo de la censura (no sabemos si a través o no de sobres cerrados). En cuanto a Harry Houdini, el destino le había alcanzado mucho tiempo antes. El mago solía aceptar retos en los cuales le golpeaban fuertemente el vientre, sirviéndose de sus muchos años de entrenamiento para colocar los músculos de tal manera que no le afectara: un aficionado con ganas de hacerse el gracioso le golpeó sin estar preparado, y eso pudo agravarle una apendicitis latente, que desembocó en una peritonitis. Houdini moriría unos cuantos días más tarde, desapareciendo con ello su sentido del espectáculo y de la inventiva. Puede ser, incluso, que hasta el propio Argamasilla le echara de menos.

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