lunes, 9 de octubre de 2017

La historia real de octubre. Gaditanos ilustres: Lucio Cornelio Balbo el Mayor, y el Menor

"Julio César ante la estatua de Alejandro en el templo de Hécules en Cádiz". José Morillo, Museo de Cádiz.

A veces tenemos una imagen irreal de los antiguos romanos. Nos los imaginamos dignos, altivos, con toga; las adaptaciones cinematográficas y en series de televisión, en su mayoría anglosajonas, hacen pensar que fueran pálidos y rubios como londinenses, cuando en su mayoría eran bajitos y morenos como italianos que eran. Y aún así, olvidamos que, con el tiempo, romano no era sólo el nacido en Roma, y con el tiempo acabaron convirtiéndose en ciudadanos romanos también individuos nacidos fuera de Italia. De hecho, en la capital (adonde llegaban individuos procedentes de todas partes del mundo) encontrábamos africanos, celtas, árabes, bárbaros, griegos. Roma era su mezcla cultural y racial, una amalgama en algunos casos menos semejante al mármol que al zoco. Desde ese punto de vista, resulta interesante aproximarse a unos romanos atípicos, entre otras cosas porque nacieron en Cádiz.

Suele argumentarse que los gaditanos abusan con frecuencia de presumir que su ciudad es "la más antigua de Occidente", y quizá eso sea cierto, pero la frase también es verdad. De 3000 años de antigüedad, fue fundada por los fenicios a partir de una península, entre otras cosas porque las características de sus barcos hacían que sólo pudieran moverse con habilidad en este tipo de accidentes geográficos. Los fenicios provenían de lo que es hoy el habitual Líbano, una estrecha franja de tierra limitada por las montañas que prácticamente les empujaban al mar. Eso les llevó a fundar Cartago, en la actual Túnez -ciudad que daría lugar al imperio púnico, el único que trataría de igual a igual a los romanos-, y también Gades (por cierto, que los fenicios no sólo fundaron ciudades, sino que las evidencias históricas apuntan a que se asentaron en la periferia de los barrios tartesos para dedicarse a la agricultura, cosa que en su país de origen era muy difícil). La futura Cádiz fue primero propiedad de los cartagineses y luego más tarde de los romanos. Durante ese tiempo empieza a convertirse en el núcleo de prósperas redes comerciales. Entre las familias que dominan ese comercio, se encuentran los Balbo. Su origen se discute: hay quien dice que fueron cartagineses que se hicieron ricos antes de la derrota de su imperio a manos de los romanos, y huyeron a tiempo a Gades. Otros esgrimen su origen fenicio, y para ello argumentan que eran una familia muy asociada con el viejo templo en Gades de Melkart. Melkart era un dios cartaginés y fenicio, equivalente al Heracles (o Hércules) griego, y una de las deidades más importantes en el panteón púnico, en especial para los fenicios asentados en España -donde Hércules supuestamente realizó numerosas hazañas-, para los cuales bien podría considerarse el dios principal.

Entre los miembros destacados de esta familia, destaca Lucio Cornelio Balbo el Mayor, quien se alía primero con Pompeyo, el destacado político romano. La amistad de Pompeyo hace que Balbo pueda acceder a la ciudadanía romana, adquiriendo nombres romanos para sí mismo (el "Lucio" y el "Cornelio" los elige él, aunque hay controversia sobre por qué los escogió). El gaditano, hombre en ascenso, pasa un largo período en Roma. Sin embargo, como Balbo es persona que sabe nadar y guardar la ropa, no quiere tener un único aliado en la cumbre, sino varios, y aprovecha una ausencia de Pompeyo en la ciudad eterna para hacerse amigo de Julio César.

De hecho, Balbo y César coincidirían de nuevo en Gades cuando este último fue nombrado pretor de la provincia a la que entonces pertenecía la ciudad, la Bética. Allí, tiene un lugar una interesante escena que se refleja en el cuadro de José Morillo que hemos colocado en la parte superior de esta entrada: Julio César, en el templo de Hércules-Melkart, ve la estatua de Alejandro Magno y, de acuerdo a Suetonio, rompe a llorar al darse cuenta de que, a su edad, el general griego había conquistado medio mundo y César apenas ha hecho nada de significación en su vida (como sabemos, al final, la fama de César llegaría a ser tan grande como la de Alejandro). Anécdotas aparte, Balbo se vuelve muy importante para César -algunos dicen que su mano izquierda-, facilitando la creación del triunvirato que forma con Pompeyo y Craso, convirtiéndose en su enlace con Roma durante la guerra de las Galias, y organizando para su líder una suerte de policía secreta. Sin embargo, tanta influencia siembra envidias y muchos ponen en duda el proceso por el cual adquirió la ciudadanía romana, defendiéndole Cicerón con su discurso "Pro Balbo".

Durante la guerra civil que tuvo como máximos contendientes a César y Pompeyo, Balbo permaneció de lado del primero. En agradecimiento, tras una de las batallas más destacadas, César otorgó la ciudadanía romana a todos los gaditanos. Tras el asesinato de César, la posición de Balbo se volvió delicada, pero él demostró su olfato político al colocarse del lado de quien sería el vencedor de los enfrentamientos que tuvieron lugar después, es decir, el hijo adoptivo (en realidad sobrino-nieto) de César, Octavio Augusto. Como recompensa, Balbo fue elegido cónsul en el año 40 a.C.; era el primer no nacido en Italia que accedía a ese honor.


Balbo se retiraría poco después de la política, en el súmum de su gloria. Pero hay un segundo Balbo del que debemos hablar, y es de su sobrino Lucio Cornelio Balbo el Menor. Jugó un papel destacado en el ejército romano en los tres continentes hasta entonces conocidos, aunque su mayor papel tuvo lugar en África. Allí, en su papel de procónsul, logró su hazaña más destacada al liderar una expedición hacia el sur en el que llegó hasta el territorio de los garamantes. Plinio el Viejo relata su epopeya como una victoria en la que incorpora al dominio romano numerosas ciudades, aunque por lo visto el propio Plinio reconoce que Balbo no podía controlar el territorio porque los garamantes se dedicaban a controlar el acceso al agua, cegando los pozos con arena, y eso impedía a los romanos construir aquellas carreteras que tanto les gustaban. Hay dudas sobre donde se encontraba exactamente el país de los garamantes, y aunque algunos afirman que Balbo llegó hasta el río Níger, por lo visto se acepta que llegó a Fezzan, al sudoeste de Libia. Fue un hito más en una serie de aventuras en las que romanos y otros pueblos se adentraron en rincones de África donde europeos y asiáticos no se habían atrevido a penetrar: pero ésa es otra historia, y ya hablaremos de ella en otra ocasión.


Éste el mejor mapa que he podido encontrar para dibujar las regiones geográficas de las que estamos hablando. En azul podéis ver el río Níger cruzando numerosos países, y en la esquina superior derecha, en tonos desvaídos, la región sudoeste de Libia. La imagen se encontró aquí, en una entrada muy interesante que no tiene nada que ver con el tema que nos ocupa, pero a su vez tiene la fuente original en otro enlace.

La gracia de todo esto, victoria contundente o no, radica en que Balbo el Menor, cuando volvió a Roma, fue recibido con una "ovatio" o triunfo, el desfile glorioso que se le concedía a aquellos que habían hecho grandes conquistas en nombre de Roma. Fue -emulando a su tío- el primer no-itálico que recibió este honor, reflejado en placas conmemorativas. Con posterioridad, Balbo se dedicó a la política de su ciudad natal, realizando labores de edificación y mejora urbana.

Los dos Balbos se dedicaron también a la escritura: Balbo el Menor escribió un libro sobre cuestiones religiosas y una obra de teatro, y su tío escribió un diario, titulado Ephemeris, en el que narraba acontecimientos de su vida y la de César. Ninguno de estas textos se conserva; el recuerdo de los Balbo ha llevado difuminado al presente, aunque, del Mayor, León Arsenal ha escrito recientemente una novela histórica. No obstante, existen varios testimonios antiguos y modernos sobre esta familia que demostró que Cádiz, en lo que respecta a Roma, también estaba allí. Y que Roma no es sólo lo que hacen los romanos.

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