miércoles, 8 de noviembre de 2017

La historia corta de noviembre: "Lágrimas de cebolla".

-La elaboración de una receta es como el acto de hacer el amor – ella enunció-. Si sigues el texto del libro a pies juntillas, pierde magia, candor, espontaneidad. Si un plato, de cualquier origen, elaborado por un cocinero francés, no adquiere aquel inequívoco aroma a delicadeza, a elegancia, a cuidado, propias de un Liceo en París o de los campos de lavanda en Provenza, habremos perdido un delicado matiz que no podrá ser replicado de ninguna otra forma, en ningún otro lugar. Y eso supondrá una pérdida cultural irreparable no sólo para nuestros paladares, sino para el conjunto de la humanidad. Por ello, cada construcción cada un plato característica y única, dependiendo de la localización física, del momento o del estado de ánimo del cocinero. Esta subjetividad es un hecho que nunca debemos permitirnos olvidar.

Y conforme lo decía, clavaba los ojos en él, el aprendiz, y él quedaba subyugado ante la mágica caída de sus pestañas. A partir de entonces, la clase de cocina fue un laberinto, un vals, un juego de engaños. Sus almas se espiaban de reojo mientras cortaban los tomates o picaban un ajo, y cada desplazamiento para capturar un ingrediente o atrapar un electrodoméstico se convertía en un sensual torbellino donde los cuerpos se cruzaban –arriesgando con tocarse- y ambos jugaban alternativamente al ratón y al gato. Dosificaron las especias como si las aplicaran por su piel desnuda durante un masaje de espalda; someter a un trozo de carne, a una verdura, era una vibrante metáfora de lo que harían nada más les concedieran la oportunidad. Cuando él le dio a probar su plato, ella acercó la cuchara a sus labios disimulando que no le importaba en qué posición quedaba su escote, y al degustar aquella delicia, derramó una casi desapercibida lágrima, en un callado orgasmo de felicidad.

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